Capítulo 20: El traje rococó, 1715-1785

Batas, vestidos flotantes desde los hombros y plisados a la espalda, llamados en Francia vestidos volantes y en otros países, "vestido a la francesa": J. F. Troy, Declaración de amor, 1731


BIBLIOGRAFÍA     Amelia Leira Sánchez, “La moda en España durante el siglo XVIII”, Indumenta, nº. 0, 2007, págs. 87-94; Maguelonne Toussaint-Samat, Historia técnica y moral del vestido, 1990; François Boucher, 20.000 years of fashion, 2001 (1964).)
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Estilo rococó    Inspira la pastelería al estilo rococó: las paredes se adornan con cremosas rocallas y la porcelana y los vestidos exhiben los tonos suaves y claros de los dulces. Parece que los avances químicos permitieron en este siglo ilustrado la elaboración de colorantes capaces de imprimir tonalidades sutiles. El estilo rococó busca ligereza, intimidad; celebra la cualidades que hoy relacionamos con la sensibilidad infantil como la ternura y la candidez. Los motivos ornamentales, grandes en el estilo barroco, son en el rococó pequeños e incluso diminutos. Las líneas dibujan siluetas orgánicas, opuestas a cualquier rígida geometría, e inciden en la blandura de los objetos. 
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Algodón e industria     Para Occidente, el algodón es la materia textil propia de la edad contemporánea; apenas se utilizaba en siglos anteriores porque su precio era superior al del lino y esta segunda fibra resultaba perfecta para producir telas precisas de resistencia y larga duración, ideales para la confección de artículos de uso diario como camisas y sábanas. A partir del siglo XVIII se incrementó la importación de algodón proveniente de la India, y las telas que se elaboraban con él, las indianas o cotonadas, imprimieron en la imaginación de los europeos el gusto por la estampación. Se pusieron de moda (y en gran medida, continúan de moda) los estampados monocromos, telas originalmente estampadas en la ciudad francesa de Jouy (toile de Jouy). La Revolución Industrial, cuyo apogeo se data en el siglo XIX, se inició en Inglaterra en el siglo XVIII sustentada en el desarrollo de la maquinaria accionada por energía de vapor para producir tejidos de algodón. Inglaterra necesitó entonces grandes cantidades de fibra con que nutrir su moderna industria del hilado y del tejido, y así promovió una verdadera edad de oro de la esclavitud: los negreros de Liverpool transportaban tejidos de algodón, producidos ya con medios industriales, a África; allí los cambiaban por individuos negros que transportaban hasta las plantaciones de algodón del sur de Estados Unidos y por último regresaban a Inglaterra con balas de fibra de algodón con que realimentar la industria. Se le ha llamado a menudo "comercio triangular".   

La gran inspiradora del estilo y amante 
oficial de Luis XV, la marquesa 
de Pompadour con vestido a la francesa 
(Quentin la Tour, 1755, Louvre)
Peluca, casaca, chupa abierta en el esternón enseñando la guirindola, calzones, medias y zapatos conforman el traje masculino. Cornelis Troost, Joven, 1736, Rijksmuseum
EL TRAJE DE LOS HOMBRES      
La ropa interior constaba de dos prendas de lino cuya finura señalaba su categoría: la camisa, de manga larga y con cuello, y los calzoncillos, que no eran breves como los actuales sino largos hasta la rodilla. Solo los caballeros de la alta sociedad superponían a la camisa una camisola —digamos una sobrecamisa— cuyo escote era costumbre decorar con una chorrera o guirindola, adorno visible cuando no se abotonaba la parte superior de la chupa. 
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La ropa que se lucía, es decir, la ropa exterior, además de las medias, importantísimas porque “unas pantorrillas bien formadas contribuían mucho al buen parecer masculino” (Leira, 2007, pág. 87), eran la casaca, la chupa y los calzones.
Los cuellos se incorporan a las casacas 
masculinas en la década de 1760. 
El último traje masculino es austero, 
toda la brillantez semioculta en la chupa.  
Romney, Joven flautista, 1760, 
Dallas, Museo de Arte.
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En sus orígenes la chupa fue una chaqueta propiamente dicha, esto es, con mangas, y tan largas que sus bocamangas se volvían sobre las bocamangas de la casaca. Luego, para hacerla más confortable, empezó a confeccionarse la espalda de tela de forro, y más adelante perdió las mangas, lo que la convirtió en una prenda en todo semejante al chaleco actual. A lo largo del siglo XVIII la chupa se fue confeccionando paulatinamente más corta.
Pelucas compactas con uno o dos
cañones sobre las orejas, las 
favoritas de mediados del siglo 
XVIII. Mengs, Fernando IV de 
Nápoles, 1760, Prado.

La casaca provenía del traje militar; de hecho, en España y otros países, su sola presencia hacía que un traje se percibiera indistintamente como “traje a la francesa” o “traje militar”. En coherencia con su origen y para facilitar la equitación, la casaca civil mantuvo la costura central de la espalda, la abertura del faldón, y unos pliegues abiertos en abanico y juntos por medio de un botón sobre las caderas.
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Los calzones sobrepasaban la rodilla y se ajustaban con una jarretera de hebilla. Su evolución en las décadas del siglo XVIII coincide con la de la casaca, a saber, cada vez más estrecha.

La peluca, de cabello humano o de crin, decreció con el paso de los años y gustaba combinarla con el sombrero de tres picos.  También decreció el gran pañuelo que hacía de corbata en los tiempos de Luis XIV, ahora reducida a corbatín, una tira plisada que tapaba el cuello de la camisa.
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En todos los artículos del vestir masculino el siglo XVIII se avanza hacia la simplificación: menos colores y menos brillantes, pérdida de adornos y aumento de la rigidez. Así al escote de la casaca le nacerá un cuello de tirilla después de 1740 y todo un cuello con vuelta al final de la centuria. El caballero está claramente renunciando a la brillantez decorativa, como gusta decir a los psicólogos del traje (véase el análisis de Flügel en este mismo libro).
Vestido volante o a la francesa y combinación de 
casaca y basquiña, las dos posibilidades del 
vestir femenino. Watteau, Dos primas, 1715

EL TRAJE DE LAS MUJERES

La ropa interior la describe Amelia Leira: “Pegada a la carne llevaban la camisa, larga hasta debajo de las rodillas y con mangas. De la cintura a los tobillos, enaguas, y debajo, nada. Las dos prendas estaban hechas de tela de lino, más o menos fina. Sobre el torso se usaba un cuerpo con ballenas, sin mangas, atado con cordones y terminado en haldetas para poder adaptarlo a la cintura: la cotilla. Sobre las caderas, una armazón hecha con ballenas o con cañas que ahuecada la falda en los costados: el tontillo. Sobre las piernas, medias de seda, lana u algodón, que tenían menos importancia que las de los hombres, pues no se veían casi nunca” (Leira, 2007, pág. 89).
Traje a la francesa vestido por 
la futura reina de España.  
Antonio Mengs, María Luisa de Parma
princesa de Asturias, 1765. Nueva York, MET
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La ropa exterior podía consistir en vestidos enteros o combinación de jubones y faldas (en su día se llamaban casacas y basquiñas), opción ésta segunda preferida en España. Unos y otros, al abrirse sobre el delantero en forma de V necesitaban una pieza triangular que ocultase y adornara la cotilla: el peto o petillo, de común una tela rica o muy ornamentada. El peto se fijaba con alfileres o se cosía a la cotilla, operación que había que repetir cada mañana en la sesión de tocador. También se cosían al peto y la cotilla, o se fijaban con alfileres, los delanteros de la casaca, el vestido o la bata que constituyera la prenda de torso elegida.
Escala de lazos en el peto que oculta y adorna 
la cotilla inferior. François Boucher,  
Madame Pompadour, 1756, Munich, Altes
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 La casaca femenina estaba inspirada en la masculina: se abría por delante, tenía la misma abertura en la espalda, los mismos pliegues con su botón arriba en los faldones, las mismas tapas de los bolsillos y las mismas mangas con gran vuelta bajo el codo. Como diferencias: los faldones de las casacas de las mujeres estaban cortados a la altura de las caderas y los bolsillos eran fingidos” (Leira, 2007, pág. 89). Los verdaderos bolsillos eran las faltriqueras que las mujeres colgaban desde la cintura y ocultaban bajo la basquiña; en ésta se operaban unas aberturas que permitían acceder a aquellas.
Peto del Museo del Condado de Los Ángeles.
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El vestido más espectacular, característico y representado del rococó es el vestido a la francesa o bata. Se compone de dos piezas: casaca y brial o falda. La casaca es tan larga como una bata de casa y se abre por delante para enseñar una falda del mismo tejido y, sobre la cotilla, el peto. El vestido a la francesa no es fácil de reconocer visto de frente porque su elemento distintivo se encuentra en los pliegues de la espalda, los cuales nacen en el escote de la nuca y se derraman hasta el suelo como un manto continuo. Esa espalda de tejido sin pinzas ni cortes hacía recordar la hechura de las batas domésticas a nuestras antepasadas, y así, al menos en España, los vestidos a la francesa también fueron denominados "batas".
Vestido de ceremonia heredero del que se 
vestía en tiempos de Luis XIV, sin plisado 
en la espalda. Nattier, Enriqueta 
de Francia, 1754, Versalles
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Dama con un peinado llamado Victora, 
vista en la revista Galerie des Modes, 1778





















El vestido a la polonesa no tiene de polaco más que el nombre, y merece recordarse porque es el primero de la historia del traje femenino que permite lucir los zapatos, grandísima revolución para la historia del zapato, hasta entonces una especialidad casi exclusivamente  masculina.
Polonesa en un grabado de hacia 1780

Comienza el recogido de faldas polonesas hacia 1760 y consiste en tres bullones sobre las caderas; en realidad no tenía polisón (ahuecador de la segunda mitad del siglo XIX de efecto volumétrico similar) ni tontillo, lo que incrementaba su versatilidad. En el siglo XVIII se entendía que era un traje de paseo, arreglado pero cómodo.

Bata a la polonesa. 
Reynolds, Sarah Campbell, 1777, 
New Haven, Yale Center of British Art
Dama vistiendo Brunswick
 (Batoni, Lady Fox Brown)
El Brunswick o traje a la Brunswick disponía de una casaca con capucha y generalmete no más largaq ue las caderas.




Un pañuelo en el escote y vestido a la inglesa. 
 Rose Adelaide Ducreux, Autorretrato, 1791, Nueva York, Metropolitan Museum

Últimas pelucas. La joven viste a la inglesa, la madura a la francesa.
L-L. Boilly, Familia Gohin, 1787, particular
Por último, el vestido a la inglesa, llamado en España también “vaquero a la inglesa”, consistía en una bata que incorporaba sus propias ballenas, de modo que podía prescindirse de cotilla y peto. Es muy característico el aguijón que el jubón de esta bata dibuja sobre la parte posterior de la cintura. El amplio escote gustaba "adecentarlo" con un sutil pañuelo de muselina. La bata a la inglesa era perfectamente compatible con el drapeado de la falda a la polaca. 

Traje a la inglesa, N. Y., Metropolitan Museum

Sin tontillo, el vestido a la inglesa produce 
un estilo informal, sobre todo cuando 
lo ilustra Thomas Gainsborough: 
Mr and Mrs William Hallett, 1785





Capítulo 19. Francia bajo Luis III y Luis XIV (1625-1725)



Fuentes     Maguelonne Toussaint-Samat, Historia técnica y moral del vestido, 1990; François Boucher, 20.000 years of fashion, 2001 (1964); Max van Boehn, La moda, 1924
El ministro Colbert (por Mignard, 1685, Versalles),
a quien Francia debe en gran medida su fama
indumentaria, luciendo una hermosa corbata
de encaje y una primorosa peluca.


Encaje     La expresión más onerosa del lujo indumentario en el siglo XVII era el encaje. Resultaba tan caro que España prohibió su importación en 1621 (supuso el abandono de la gorguera por la golilla) a fin de contener la sangría de capitales que salían del reino para engrosar las arcas de los centros encajeros, Flandes y Venecia. Francia también se desangraba por culpa del encaje. Pero en 1661, en Alenzón, Madame La Perriere consiguió imitar el encaje de Venecia con tanto éxito que en pocos años ya había más de 8.000 vecinos dedicados a su producción. Y a continuación Colbert, valido de Luis XIV, supo consolidar esta principal industria del lujo importando 200 encajeras de Flandes y 30 de Italia (las últimas llegaron en estado de pánico, pues el gobierno de Venecia penaba con la muerte el exilio de sus encajeras) a fin de crear, siempre en el entorno de Alenzón, una industria de dimensiones suficientes para abastecer la demanda interna.  
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Pelucas     La peluca ha quedado asociada a los siglos XVII y XVIII. La leyenda atribuye esta moda iniciada en 1624 a la calvicie del rey Luis XIII, con tanto éxito que en 1654 hubo que fundar en París el primer Gremio de Peluqueros. Bajo Luis XIV gustaban las pelucas rubias que otorgaban al caballero una efigie aleonada. Al principio las pelucas se realizaban con cabello natural, pero más adelante, el temor a la procedencia del cabello (por ejemplo, fallecidos por peste) impulsó las pelucas de lana y crines.  
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Seda lionesa     Después de siglos dependiendo de la seda italiana, en la primera mitad del siglo XVI y reinando Francisco I, Francia comenzó fomentar su industria sedera nacional, con centro en la ciudad de Lyon. No obstante, los precios de los tejidos que producía no podían competir con los italianos porque Francia carecía de materia prima. A principios del siglo XVII, dos hombres de confianza del rey Enrique IV decidieron invertir en campos de morera; además, los elegantes franceses ya podían prescindir de las importaciones italianas porque Lyon era capaz de imitar cualquier seda. El gran Colbert impulsó esta industria dotándola de normas y regulaciones tanto para los trabajadores como para los productos. En 1660 se censaron 3.019 maestros obreros que poseían 10.000 telares. "Desde entonces Francia dictó la moda, es decir, la corte francesa y los sederos de Lyon que trabajaban para ella", escribe Toussaint-Samat. El siglo XVIII consagró definitivamente a las sederías de Lyon, cuya creatividad se vio impulsada por el gusto rococó.      

F. Elle, Enrique II de Lorena, 1631.
Jubón de mangas y pecho acuchillados,
con amplia haldeta. Vemos las agujetas
que atacan los calzones al jubón.
Evolución estilística     Podemos establecer claramente tres etapas estilísticas para el traje masculino (1625-50, 1650-75, 1675-1625) y dos para el femenino (1625-75, 1675-1625). Caracteriza a las primeras la desenvoltura, el contraste con la rigidez del vestir a la española; pero después de 1675 se recupera la rigidez. 

Cuello a la confusión luce el  
Caballero sonriente (Frans Hals, 1624).


















1625-1675 / El traje de mosquetero
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Estilo deshabillé, informal. La rigidez de las gorgueras se desploma por medio de valonas y cuellos a la confusión (gorgueras no almidonadas). 
Van Dyck, Enriqueta de Inglaterra, 1635,
Londres (National Portrait G).

Diagonales contenidas en estos jubones,
tímida expresión de la moda francesa.
 Van Dyck, Hermanos Estuardo, 1638.
HOMBRES
1625-1650     Silueta romboidal: dos triángulos opuestos con base en la línea de caderas. El triángulo superior comienza con un sombrero de copa o montera; y si el hombre no está tocado, con una breve melena que busca una cabeza de volumen troncocónico. Debajo de ésta han desaparecido los hombros, eliminados visualmente por medio de valonas que resbalan hacia las mangas muy anchas del jubón, guarnecido de grandes haldetas. Los jubones ampliamente jironados apenas se abrochan en la parte alta y muestran la camisa con cierta negligencia por los golpes de las mangas y la pechera. El triángulo invertido tiene su base en las faldillas del jubón, que ocultan las ataduras de los calzones.
Los vestidos blandos permiten recogidos lánguidos.
H. Jansenns, Banquete campestre (detalle), 1649.
Peter Lely, Damas de la familia Lake, hacia 1660, Londres (Tate).
MUJERES
1625-1675     Escote ovalado (donde no se permita, cubierto con valona), vestidos superpuestos de grandes mangas y hombros resbaladizos, a juego con los jubones masculinos. La ausencia de verdugados permite a las faldas caer blandamente y ensayar recogidos. Las mangas gruesas y afolladas, se detienen a medio antebrazo.

Rhingraves vestidos por un muchacho
(Jan van Noordt, Joven, 1665, Museo de Lyon).




1650-1675 / El rhingrave     

La incorporación de los rhingraves, verdaderas faldas-pantalón, hace descender la horizontal desde la cadera hasta las rodillas: surge la silueta piramidal. Amplias cabelleras son en realidad pelucas. Los jubones se han reducido hasta convertirse en mínimos petos que apenas contienen los pliegues de las camisas. El adorno de este estilo es la cinta: lazos adornan los empeines de los altos zapatos de tacón y el bajo de los rhingraves.
Impactante contraste: la brillantez del primer estilo Luis XIV y la sobriedad española.
Adam Frans van der Meulen, Luis XIV y los embajadores de Suiza.




La familia de Luis XIV (pintor desconocido, 1715, Londres, Wallace).
Los últimos años del reinado de Luis XIV son de retorno a la austeridad,
 inspirada por la segunda esposa del rey, Madame de Maintenon.
En este cuadro vemos a la Duquesa de Ventadour, al rey y a su hermano. 


1675-1715 / El caballero diplomático    
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HOMBRES
Las piezas del futuro traje formal de caballero ya están aquí, así como la preferencia por la repetición de tejidos y colores. Nuestra tríada masculina chaqueta-chaleco-pantalón tiene su equivalente en 1700: casaca-chupa-calzones (en francés casaque; doublet o pourpoint y culotte). Este jubón que con el tiempo dará lugar al chaleco del traje formal, ya posee, como éste último, una espalda de forro, y comparte con la casaca la vistosidad del adorno. Más adelante, según trascurra el siglo XVIII, la chupa perderá las mangas para devenir el chaleco propiamente dicho. El lazo de encaje ya constituye una prefiguración de la posterior corbata y en Francia, de hecho, empieza a denominarse cravat. Cuando uno de sus extremos se cuela por el ojal de la casaca se dice corbata a la Steinkerck. En Francia, la casaca más importante fue llamada casaca de privilegio: azul en el exterior y con forro rojo, como la que vestía a menudo el rey, era una concesión de la gracia real.
Bonnet, Condesa de Mailly, 1698.
Largillière, Hermanos Estuardo, 1695, Londres (National P.).
MUJERES     Rígido cuerpo apretado con corsé (cotilla sería la denominación historicista), decorado en el exterior con lazos, y faldas acampanadas por medio de tontillos (nueva denominación del antiguo verdugado). La sobrefalda (polonesa) se viste recogida y retirada formando cola. Abundancia de lunares en el maquillaje y altos peinados y cofias (a la Fontanges).
Corbatas a la Steinkerck.
Antoine Trouvain, Escenas de Versalles: colación, BNF.