Capítulo 22: Introducción al pensamiento indumentario de la Edad Contemporánea


La teoría de la indumentaria
Si en las edades medieval y moderna la indumentaria apenas había constituido esa diana favorita de las diatribas moralistas cuyo limitado horizonte convertía a los atuendos en vergonzantes testimonios de la vanidad humana, desde finales del siglo XVIII, por el contario, los intelectuales empezaron a cuestionarse las funciones de la indumentaria más allá de los prejuicios. La Ilustración encontrará en el vestido un código de finalidad social, un sistema de signos complejo y eficaz, pero también un síntoma del grado de civilización de una sociedad.

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Un sistema de signos     Primero, y sobre todo, la indumentaria se reconoció finalmente como sistema de signos. Para Hegel (Estética) la relación entre el cuerpo y el vestido se sitúa en el plano de la significación: el cuerpo carece de ella y el vestido se revela, entonces, nuestra tarjeta de identidad previa a la interrelación dialéctica, pues a través de los signos del vestir las personas deducimos diversas características de su portador, tales como el sexo, la edad, la posición social e incluso la función en el caso de los uniformes. En suma, el traje constituye un enunciado icónico cuyo contenido es: yo
La función del traje es la comunicación, que aquí Hegel denomina expresión del espíritu:
Cubre lo superfluo de los órganos que, sin duda, son necesarios para la conservación del cuerpo, para la digestión, etc.; pero superfluos para la expresión del espíritu.
Hegel anticipa la opinión que sobre el traje comparte toda la intelectualidad humanística de nuestro tiempo. Para Umberto Eco (El hábito hace al monje) el vestido es un código por encima de cualquier otra consideración:
Hay casos en que el objeto pierde hasta tal punto su funcionalidad física y adquiere hasta tal punto valor comunicativo, que se convierte ante todo en un signo y sigue siendo objeto sólo en segunda instancia. La moda es uno de esos casos.
Según el humanista italiano, por encima de la funcionalidad utilitaria, cuando compramos ropa nos determina hacia tal o cual prenda la búsqueda de unos signos concretos que los demás van a leer en nosotros. Eco recoge el pensamiento estructuralista del célebre estudio de Roland Barthes (Sistema de la moda) donde leemos:
En todos los objetos reales, desde el momento en que son estandarizados (¿hay otros?) habría que hablar no de funciones, sino de funciones-signos. Entonces comprendemos que el objeto cultural posee, por su naturaleza social, una especie de vocación semántica.
Cabría, entonces, preguntarse por la verosimilitud del traje como sistema comunicativo: lo que sirve para comunicar, sirve también para mentir. Pero el traje no miente nunca; miente el disfraz. Dado que con el traje puedo adherirme a un grupo social, o rechazarlo negando su código mayoritario con ropas que lo sobresean, creo que podemos decir que el vestido es un arte franco: sólo se viste lo que se admite. Podemos confiar en lo que sus formas nos comunican acerca de sus portadores.



Traje, socialización y civilización     Otros pensadores identificaron vestido y civilización siguiendo a Kant. En su Filosofía de la historia, el filósofo alemán considera el vestido como una victoria de la razón sobre el instinto porque elimina de la vista los órganos sexuales que excitan nuestra concupiscencia y nos privan del ejercicio intelectual. Pues, frente a otros animales, cuyas apetencias sexuales se manifiestan de forma periódica, en el hombre el deseo se mantiene constante a lo largo de su vida adulta, hecho que tiende a distraerlo de sus aptitudes mentales. Efectivamente, el psicoanálisis ha demostrado que ataviados con túnicas talares de la mañana a la noche olvidamos nuestro cuerpo –objetivo prioritario de los uniformes religiosos– porque no lo vemos y la libido se relaja. Por el contrario, la propia exhibición de nuestros órganos desnudos (pongamos que lucimos una camiseta y unas bermudas), la desnudez manifiesta y el contacto de la piel con los estímulos atmosféricos alientan el erotismo (Flügel, Psicología del vestir).
Auguste Comte fundamentó la sociedad en el vestido en la 52ª lección de su Curso de filosofía positiva. Para Comte, el decoro de sus contemporáneos constituye una evidencia de su superioridad en términos morales, pero también en lo que atañe a cierta idea de civilización que los hombres de la actualidad hemos heredado. El vestido supone la marca de la civilización, distingue al civilizado del salvaje (apréciese la ideología colonial), y al crear en el hombre una necesidad, lo incita a reflexionar sobre ella y perfeccionarla, fomenta el progreso. En efecto, a través de la ropa podemos estudiar el progreso tecnológico de la humanidad, pues su producción ha ido cruzando los diferentes estadios históricos del trabajo: personal, familiar, gremial e industrial. El vestido se convierte en un motor de la imaginación y del pensamiento analítico, al tiempo que pregona las conquistas sociales: ésto es lo más importante para Comte, ese paso de lo natural a lo artificial que se da merced al empleo de la razón.
Hubo quien llegó más lejos: “La sociedad está fundada sobre el traje”, afirmaba a su vez Thomas Carlyle (Sartor Resartus. Vida y opiniones del señor Teufelsdrakh). Hemos saltado el orden cronológico deliberadamente para terminar hablando de Sartor Resartus (1833), sin duda la obra acerca del vestir más interesante y completa del siglo XIX. De entrada, le debemos la concreción de las tres funciones principales del traje: protección, pudor y adorno, con preeminencia de la última: “El primer objeto de los trajes no es la necesidad o la decencia, sino el adorno”.
Porque el adorno es comunicativo. El ser humano para Carlyle es un espíritu ligado por lazos invisibles a todos los hombres y las vestiduras constituyen los emblemas visibles de este hecho. Un siglo después Jean Brun (La desnudez) compartirá con Carlyle la creencia de que la función primordial del traje no es otra que la de librarnos de esta vacuidad cósmica en que sentimos estar vagando, impotentes y solos, sin respuestas definitivas a las preguntas ontológicas. Con la indumentaria, el hombre busca la comunión con sus semejantes por medio de los símbolos y ritos que nos equiparan y pugnan contra la desnudez más dolorosa, el temor al no ser:
Toda la historia humana, bien sea la de la ciencia, la técnica, el arte o la política, no es otra cosa que la historia del hombre a la búsqueda de vestimentas siempre diferentes que le permitan olvidar que revisten una desnudez siempre idéntica. El hombre no se viste tanto porque desea cubrir su desnudez, como porque no puede librarse de ella.


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