La teoría de la indumentaria
Si en las edades
medieval y moderna la indumentaria apenas había constituido esa diana favorita
de las diatribas moralistas cuyo limitado horizonte convertía a los atuendos en
vergonzantes testimonios de la vanidad humana, desde finales del siglo XVIII,
por el contario, los intelectuales empezaron a cuestionarse las funciones de la
indumentaria más allá de los prejuicios. La Ilustración encontrará en el
vestido un código de finalidad social, un sistema de signos complejo y eficaz,
pero también un síntoma del grado de civilización de una sociedad.
Presentamos ahora un resumen de un artículo que puede leer completo aquí.
Presentamos ahora un resumen de un artículo que puede leer completo aquí.
Un sistema de signos Primero, y sobre todo,
la indumentaria se reconoció finalmente como sistema de signos. Para Hegel (Estética) la relación entre el cuerpo y el vestido se sitúa en el
plano de la significación: el cuerpo carece de ella y el vestido se revela,
entonces, nuestra tarjeta de identidad previa a la interrelación dialéctica,
pues a través de los signos del vestir las personas deducimos diversas
características de su portador, tales como el sexo, la edad, la posición social
e incluso la función en el caso de los uniformes. En suma, el traje constituye
un enunciado icónico cuyo contenido es: yo
La función del traje es
la comunicación, que aquí Hegel denomina expresión del espíritu:
Cubre
lo superfluo de los órganos que, sin duda, son necesarios para la conservación
del cuerpo, para la digestión, etc.; pero superfluos para la expresión del
espíritu.
Hegel anticipa la opinión
que sobre el traje comparte toda la intelectualidad humanística de nuestro
tiempo. Para Umberto Eco (El hábito hace al monje) el vestido es
un código por encima de cualquier otra consideración:
Hay
casos en que el objeto pierde hasta tal punto su funcionalidad física y
adquiere hasta tal punto valor comunicativo, que se convierte ante todo en un
signo y sigue siendo objeto sólo en segunda instancia. La moda es uno de esos
casos.
Según el humanista
italiano, por encima de la funcionalidad utilitaria, cuando compramos ropa nos
determina hacia tal o cual prenda la búsqueda de unos signos concretos que los
demás van a leer en nosotros. Eco recoge el pensamiento estructuralista del
célebre estudio de Roland Barthes (Sistema de la moda) donde leemos:
En
todos los objetos reales, desde el momento en que son estandarizados (¿hay
otros?) habría que hablar no de funciones, sino de funciones-signos. Entonces
comprendemos que el objeto cultural posee, por su naturaleza social, una
especie de vocación semántica.
Cabría, entonces,
preguntarse por la verosimilitud del traje como sistema comunicativo: lo que
sirve para comunicar, sirve también para mentir. Pero el traje no miente
nunca; miente el disfraz. Dado que con el traje puedo adherirme a un grupo
social, o rechazarlo negando su código mayoritario con ropas que lo sobresean,
creo que podemos decir que el vestido es un arte franco: sólo se viste lo que
se admite. Podemos confiar en lo que sus formas nos comunican acerca de sus
portadores.
Traje, socialización y civilización Otros
pensadores identificaron vestido y civilización siguiendo a Kant. En su Filosofía de la historia,
el filósofo alemán considera el vestido como una victoria de la razón sobre el
instinto porque elimina de la vista los órganos sexuales que excitan nuestra
concupiscencia y nos privan del ejercicio intelectual. Pues, frente a otros
animales, cuyas apetencias sexuales se manifiestan de forma periódica, en el
hombre el deseo se mantiene constante a lo largo de su vida adulta, hecho que
tiende a distraerlo de sus aptitudes mentales. Efectivamente, el psicoanálisis
ha demostrado que ataviados con túnicas talares de la mañana a la noche
olvidamos nuestro cuerpo –objetivo prioritario de los uniformes religiosos–
porque no lo vemos y la libido se relaja. Por el contrario, la propia exhibición
de nuestros órganos desnudos (pongamos que lucimos una camiseta y unas
bermudas), la desnudez manifiesta y el contacto de la piel con los estímulos
atmosféricos alientan el erotismo (Flügel,
Psicología del vestir).
Auguste Comte fundamentó la sociedad en el
vestido en la 52ª lección de su Curso de filosofía positiva. Para Comte,
el decoro de sus contemporáneos constituye una evidencia de su superioridad en
términos morales, pero también en lo que atañe a cierta idea de civilización
que los hombres de la actualidad hemos heredado. El vestido supone la marca de
la civilización, distingue al civilizado del salvaje (apréciese la ideología
colonial), y al crear en el hombre una necesidad, lo incita a reflexionar sobre
ella y perfeccionarla, fomenta el progreso. En efecto, a través de la ropa
podemos estudiar el progreso tecnológico de la humanidad, pues su producción ha
ido cruzando los diferentes estadios históricos del trabajo: personal,
familiar, gremial e industrial. El vestido se convierte en un motor de la
imaginación y del pensamiento analítico, al tiempo que pregona las conquistas
sociales: ésto es lo más importante para Comte, ese paso de lo natural a lo
artificial que se da merced al empleo de la razón.
Hubo quien llegó más
lejos: “La sociedad está fundada sobre el
traje”, afirmaba a su vez Thomas
Carlyle (Sartor Resartus. Vida y
opiniones del señor Teufelsdrakh). Hemos saltado el orden cronológico
deliberadamente para terminar hablando de Sartor Resartus (1833), sin
duda la obra acerca del vestir más interesante y completa del siglo XIX.
De entrada, le debemos la concreción de las tres funciones principales del
traje: protección, pudor y adorno, con preeminencia de la última: “El primer objeto de los trajes no es la
necesidad o la decencia, sino el adorno”.
Porque el adorno es
comunicativo. El ser humano para Carlyle es un espíritu ligado por lazos
invisibles a todos los hombres y las vestiduras constituyen los emblemas
visibles de este hecho. Un siglo después Jean Brun (La desnudez) compartirá
con Carlyle la creencia de que la función primordial del traje no es otra que
la de librarnos de esta vacuidad cósmica en que sentimos estar vagando,
impotentes y solos, sin respuestas definitivas a las preguntas ontológicas. Con
la indumentaria, el hombre busca la comunión con sus semejantes por medio de
los símbolos y ritos que nos equiparan y pugnan contra la desnudez más
dolorosa, el temor al no ser:
Toda
la historia humana, bien sea la de la ciencia, la técnica, el arte o la
política, no es otra cosa que la historia del hombre a la búsqueda de
vestimentas siempre diferentes que le permitan olvidar que revisten una
desnudez siempre idéntica. El hombre no se viste tanto porque desea cubrir su
desnudez, como porque no puede librarse de ella.
Fuente: Pincha aquí.