Bibliografía Carmen Bernis, “El traje burgués”, Menéndez-Pidal, Gonzalo, La España del Siglo XIX vista por sus contemporáneos, vol. I, 1988; Amelia Leira Sánchez, “La moda en España durante el siglo XVIII”, Indumenta, nº. 0, 2007, págs. 87-94; Pablo Pena González , La moda en el Romanticismo y su proyección en España, 2006; Pablo Pena González, “La moda en la Restauración”, Indumenta, nº. 2, 2011, págs. 6-34.
Introducción Todavía en el siglo XVIII y sobre todo mientras España estuvo en manos de los Bonaparte, la indumentaria española mostró prendas de vestir, adornos y colores enfrentados a lo que entonces ya se llamaba el traje a la moda, y que era, desde luego, el traje de estilo francés. Los majos y las manolas pueblan numerosas figuraciones conservadas en museos y palacios, porque la aristocracia los consideraba pintorescos y de vez en cuando ella misma se disfrazaba para aproximar su aspecto al de las clases populares.
Sin embargo, hacia 1850 todo rastro de españolidad en la indumentaria puede darse por desaparecido. Apenas se conservan las mantillas femeninas, ya en decadencia, incapaces de luchar contra el atractivo de los sombreritos a la moda, y algunas capas masculinas, las cuales sufren la competencia desleal del muy burocrático gabán. Así, cuando Teófilo Gautier pasa por Madrid, puede escribir que no ha encontrado ni una manola verdaderamente castiza.
Sin embargo, hacia 1850 todo rastro de españolidad en la indumentaria puede darse por desaparecido. Apenas se conservan las mantillas femeninas, ya en decadencia, incapaces de luchar contra el atractivo de los sombreritos a la moda, y algunas capas masculinas, las cuales sufren la competencia desleal del muy burocrático gabán. Así, cuando Teófilo Gautier pasa por Madrid, puede escribir que no ha encontrado ni una manola verdaderamente castiza.
La
manola es un tipo desaparecido, como la griseta de París, como las
transtiberinas de Roma; existe aún, pero despojada de su carácter primitivo. Ya
no lleva su traje atrevido y pintoresco; la innoble indiana ha sustituido las
faldas de colores vivos, bordadas de ramajes lujuriosos; el horrible zapato de
piel ha suplantado al zapatito de raso, y, cosa terrible, la falda se ha
alargado más de dos dedos. En otro tiempo bullían en el Prado con sus ademanes
vivaces y su traje singular; hoy es difícil distinguirlas de las burguesitas y
de las mujeres de los comerciantes. He buscado la manola pura sangre por todos los rincones de
Madrid: en los toros, en el jardín de las Delicias, en el Nuevo
Recreo, en la fiesta de San Antonio, y no he podido hallar ni una
completamente castiza.
El majismo A
lo largo del siglo XVIII se consolida en España un vestir popular paralelo a
las modas que llegan de Francia, y que parte de la aristocracia asimila. Los
majos, informa Amelia Leira, eran habitantes de los barrios bajos de Madrid, y
este era su vestido:
-Los
hombres llevaban una redecilla para
recoger el pelo. Peinaban frondosas patillas.
En vez de corbata, anudaban un pañuelo
de colores al cuello, sin tapar el cuello de la camisa, siempre visible. Vestían una casaca corta, ornamentada en las bocamangas y las sisas, chaleco y calzón, así como una faja
de vivo color.
Familia a la izquierda: esposo con capa, esposa con vestido nacional; a la izquierda, caballeros ataviados a la francesa. Giner de los Ríos, Paseo del Prado, Museo del Prado. |
Majos. Ramón Bayeu, Baile a orillas del Manzanares, Prado. |
El “vestido nacional” En los años del
Rococó y el Neoclasicismo (1725-1825) las mujeres españolas de toda clase
social, aunque algo menos las aristócratas, no pisaban la calle sin su mantilla, generalmente negra, y sin su basquiña igualmente negra. Cuando
llegaban a casa, a la suya o a la de otra, se quitaban ambas prendas, y enseñaban
entonces el vestido que portaban: brial y casaca, bata a la francesa, bata a la
inglesa, camisa, etc. Durante la ocupación francesa y en años posteriores,
numerosas mujeres ricas se hicieron retratar con este atuendo exclusivo de las
españolas, precisamente como protesta contra la invasión.
La mantilla contra el sombrero La mantilla es
un velo de cabello, una de las prendas femeninas más antiguas que se conocen.
Ya hacia 1200 a. C. una ley asiria ordenó a las mujeres libres, solteras o
casadas, que salieran de casa cubiertas con un velo. Esta norma pasó después
lentamente hacia Europa y las romanas de la época republicana hubieron de
ocultar sus cabellos emulando a Pudicicia, diosa de la castidad, distinguida
entre otras divinidades precisamente por su velo. Es muy probable que de Roma
esta costumbre pasara al Islam, defendida por el mismo profeta en uno de sus hadit
y que a través de los musulmanes se asentara en España. Ausente en los
guardarropas de otras naciones europeas, pronto la mantilla llegó a
considerarse una prenda autóctona, razón de que en el Romanticismo, la época
que la vio convertirse en nada más o nada menos que un símbolo nacional, se
llorara por ella tantas palabras.
“Vestido
nacional”. Correo de las Damas, nº. 12, 1833. |
La mantilla constituyó,
además, la única moda española que fue exportada a Europa. El suceso lo recogió
para el Semanario Pintoresco Español la corresponsal Clementina en 1837:
Mantilla en La Moda Elegante, nº. 9, 1863. |
Aquello fue en 1837,
pero la boda de María Eugenia de Montijo con Napoleón III (1853) permitió a la
mantilla una segunda moda europea. Según Max von Boehn la mantilla capturó la
atención de las francesas en diversos momentos entre 1835 y 1850, y recibió
nombres tan diversos como camail, crispina, cardenala y redowa (La Moda, tomo V, 1925).
María Guerrero con mantilla. Madrid, BNE. |
Con una mantilla tiene una mujer que ser
más fea que las tres virtudes teologales para no resultar bonita;
desgraciadamente, ésta es la única prenda que se conserva del traje español; el
resto es completamente a la francesa.
Los últimos pliegues de la mantilla flotan sobre un chal, un odioso chal, y
éste va acompañado de un traje de tela cualquiera, que en nada se parece a la
basquiña.
Después
de 1850 era muy raro que una mujer luciera mantilla salvo para ir a misa, a las
procesiones o a los toros. Pero cuando Amadeo I se hospedó en el Palacio de
Oriente, algunas mujeres abrieron sus baúles y desempolvaron mantillas y
peinetas. En 1871 la dinastía Saboya hubo de soportar una “mantillada”. He aquí
la versión de La Moda Elegante (1872):
En 1871 se las pusieron unas cuantas damas de la
aristocracia: las marquesas de Alcañices, de Valmediano y de Arenales, las
duquesas de Ahumada, de Baena, etc., y sólo se hablaba de ellas; en 1872 las ha
sacado a relucir todo el mundo y nadie les da importancia. Entonces se quiso
considerar aquello cual una manifestación y una protesta –en mi concepto
erradamente–; ahora no se ha visto más que la resurrección de una moda.
La capa contra el gabán Capote, capa de mangas,
tuina, jaique, paletó, gabán: todas estas prendas fueron gabanes, padres del
abrigo contemporáneo, nietos del redingote de los tiempos de la guerra de la
independencia. El gabán, con su evidente funcionalidad, remplazó a la capa que
había sido moda especialmente característica de España en el siglo XVIII.
Dolió: la revista La Maroposa se
lamenta en 1839:
Juan Romea, actor, con capa. Madrid, BNE. |
Fea y algo más que eso
le parece el gabán a Mesonero Romanos, quien en 1842 (Semanario Pintoresco Español) le dedica una retahíla de filípicas:
Gabán. Federico Madrazo, Conde Eleta, 1865, Prado. |
Aceptamos el símbolo: el
gabán puede efectivamente simbolizar el tránsito de la indumentaria moderna a
la contemporánea, porque supone el abandono de la última prenda de
configuración geométrica o abstracta por una prenda de vestir de corte
anatómico. La capa comprende al ser humano como monolito, mientras que el gabán
se adapta a la fragmentación de los miembros corporales y facilita el movimiento.
Así tenemos en la capa a la última prenda aristocrática, destinada al hombre
pasivo, y en el gabán a un instrumento del hombre activo.