Capítulo 30: Indumentaria femenina 1848-1862: el traje de volantes

Vestido de baile se seda rizada y falda de volantes. 
F. Madrazo, Condesa de Vilches, 1853, Prado.
CLAVES ESTILÍSTICAS     
Bandós, mangas pagoda y volantes
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El traje que vuela     El miriñaque llegó hacia 1848 y los diseñadores comprendieron que el traje centrípeto, envolvente y recogido de la fase anterior no casaba bien con una infraestructura centrífuga y extrovertida. Al principio echaron mano del traje rococó, que también incorporaba miriñaque, y copiaron servilmente batas, petos y mangas Pompadour. Pero pronto elaboraron diseños elaborados ex  novo para el nuevo inquilino de la enagua e idearon la falda de volantes, los cuales no dejaron de aumentar hasta el final del período (se llegó a la falda de 20). 

Volantes decorados con galones y cinta rizada 
en la falda de la dama, que se abriga con 
una manteleta. Traje equivalente para la niña. 
El niño con redingote guarnecido de abrazaderas.  
Le Moniteur de la Mode, 1855.

A
A
Cinturos Médicis sobre trajes de vastísimas mangas pagoda 
y montañas de volantes sobre un miriñaque de silueta 
prolongaba en la parte posterior. La Moda Elegante, 1862.
Endomingados para asistir al Corpus, 
detalle del cuadro de Cabral y Bejarano (1857, Prado).

La moda de París combinada con la mantilla. Las damas de 
la inquierda muestran levísimas mantillas sobre los cuerpos de 
sus trajes; arrodillada junto a una niña de rosa, una mujer 
luce mantilla negra y mantón de Manila detalle del cuadro de 
Cabral y Bejarano (El Corpus en Sevilla, detalle, 1857, Prado).
Traje ordinario
Traje de muaré rosa con volantes 
decorados de encaje picado y galones. 
J. Vallespín, Elvira Álvarez Martínez, 1856, 
Museo del Romanticismo.

Luto de muaré negro. 
F. Madrazo, Carlota Quintana, 1859, 
Museo de Arte Moderno de Barcelona.
Coordinación     Más que una novedad, el traje de volantes parece la culminación coordinada de diversas ideas sobre el vestir que se habían apuntado desde la introducción de la crinolina bajo la falda: la coordinación volumétrica de los distintos elementos que componen el traje. Un estilo redondo del que sus coetáneos estaban orgullosos; así en 1856 El Correo de la Moda afirmaba: “El corte actual de los vestidos ha llegado a tal altura de perfección y buen tono, que las modistas no ensayan sino ligeras alteraciones apenas perceptibles”

Tocados     Las capotas sobreviven pero se recorta su copa y parece una aureola detrás de un flequillo.

Peinados     Poco a poco la mujer va saliendo a la calle sin sombreros ni cofias y este proceso se culmina a partir de 1860. El cabello se sigue peinando con raya al medio pero los sobrios bandós de 1840 ceden su puesto a los rizos y a los recogidos barrocos.
A
Arriba, manteletas (Le Moniteur de la Mode, 1856);
abajo, pardesús, es decir, grandes paletós (La Elegancia, 1861).

 

 

Sobretodos

Manteletas y pardesús     Podemos decir que las manteletas anteriores a 1852 eran más largas  y cubrientes que las posteriores. Un nuevo género de sobretodo entra fugazmente en la moda: los gigantescos pardesús.

De izquierda a derecha: traje con sobrefalda 
o túnica decorado con abrazaderas 
de seda azul; vestido rosa de tres 
volantes guarnecidos de rizados y además 
bullonados; pequeño albornoz como 
salida de teatro. 
Grabado de Le Moniteur de la Mode, hacia 1857.

Traje de baile

Todos los trajes      Al carecer de mangas, el traje de baile nos parece más estable que el ordinario. Hay que fijarse en el grosor acampanado de la falda y en la complejidad decorativa de prendidos y volantes. La estructura del vestido de berta continúa invencible. Los albornoces, favoritos entre las prendas de abrigo denominadas salidas de teatro o salidas de baile, en clara referencia a su función, defienden a las damitas bailonas del frío nocturno.  

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Esmusosos trajes de berta y estofas traslúcidas. 
F. X. Winterhalter, La emperatriz María Eugenia 
con sus damas de honor, 1855, Castillo de Compiegne.