Capítulo 17: Traje de la corte española 1550-1625


Bibliografía     José Luis Colomer y Amalia Descalzo (dirs.), Vestir a la española en las cortes europeas (siglos XVI y XVII), 2014; Carmen Bernis Madrazo, El traje y los tipos sociales en el Quijote, 2001; Carmen Bernis Madrazo, “La moda en la España de Felipe II a través del retrato de corte”, en J. M. Serrera (ed.), Alonso Sánchez Coello y el retrato de corte de Felipe II, 1991; Miguel Herrero García, Estudios sobre indumentaria española en tiempos de los Austrias, 2014.
Sánchez Coello, Felipe II con rosario (Prado).
Viste gorra de copa, ferreruelo y jubón o coleto.

“Vestir a la española”     La moda occidental, por una vez al menos en su historia, se plegó a las directrices formales que emanaban de la corte de Madrid. Este embelesamiento de los usos indumentarios españoles se extiende desde los últimos años de gobierno del emperador Carlos V hasta la tercera década del siglo XVII y se inscribe en la mayoría de los palacios europeos, desde Inglaterra hasta Praga. Debe entenderse, lógicamente, como una consecuencia del prestigio político de nuestros primeros reyes de la casa Habsburgo.
Resulta menos sencillo precisar la caracterización del “traje a la española”. Para los dos sexos llama la atención el adorno del cuello, siempre alto y entubado, la rígida gorguera que obliga a un envaramiento de la postura que, dice el tópico, encaja con el orgullo de aquellos españoles propietarios de medio mundo.  
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¿Quiénes son los españoles, quiénes los ingleses? Conferencia de Somerset House (Londres, National Portrait G.).
El vestir a la española confiere a las mujeres una extraordinaria monumentalidad: sólidas estofas de brocado se moldean generando volúmenes netos que se yuxtaponen de manera angulosa, drástica. Tal volumetría invita a una interpretación de sobriedad y severo carácter, pues se alía con colores neutros o dramáticos (negro, grises, blanco, rojo), rara vez pasteles y tonos intermedios. Las joyas son tan grandes que hablan más de poder que de femenina sensibilidad. Se consideraban españoles el verdugado cónico (que imitaron todas las europeas desde 1520), el cartón de pecho y los chapines (el calzado de plataforma, solo imitado en Italia).     
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Bartolomé González, Ana de Austria (Prado).
La última esposa de Felipe II viste ropa de mangas redondas.
Los hombres a la española visten principalmente de negro, como lo hacen siempre Carlos V y Felipe II en sus respectivos retratos de madurez y senectud. Sabemos que el segundo consideraba al negro el color que revestía de mayor autoridad a su portador y así lo recomendaba. Además, él poseía el mejor tinte del mundo para obtener un negro intenso (palo de Campeche importado de América), frente a los grises deslucidos que había conocido Europa hasta entonces. La contención ornamental, el contraste del cuerpo negro con los ribetes blancos de los puños y el cuello (de tanto futuro para el traje burgués) y las capas breves distinguen al caballero español.   
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Por fin, merece la pena hacer una referencia al monumento por excelencia que Felipe II construye para sí: el monasterio de San Lorenzo en el Escorial: la residencia de un príncipe legítimo (mausoleo) que cultiva su intelecto (biblioteca) para ponerlo al servicio de la Iglesia católica (templo), habita un monasterio (por fachadas y decoración interna, resulta imposible compararlo con nuestra idea tópica de los palacios, formada por ejemplos de sensualidad y ostentación como La Alhambra o Versalles) y cuyo propósito vital es la devoción a su divinidad (templo). Así se entiende que Felipe II haya aproximado sus ropas civiles a las de los monjes y que sus mujeres habiten trajes tan sólidos e inquebrantables como los muros de El Escorial.

Clouet, Enrique II de Francia (Louvre).
Evolución formal 1575-1625     Cincuenta años: debemos esperar cambios aunque la española de este tiempo fuera la más conservadora de las cortes europeas. Los cambios no afectarán a las tipologías formales, esto es, las prendas de vestir serán siempre las mismas, pero algunas de sus piezas experimentarán un paulatino engrosamiento, en especial, los puños y cuellos, cuyo crecimiento es paralelo y alcanza hacia 1620 unas dimensiones tan disparatadas que se vio la necesidad de “tumbarlos” con una ley suntuaria. De igual modo durante esos cincuenta años las calzas del rey se vuelven progresivamente largas y anchas, y crece en armonía el ruedo de las faldas femeninas.

TRAJE FEMENINO
Antifaces y verdugados españoles en un cuadro de
Hans van der Beken (Madrid, Descalzas Reales).
Cartón de pecho, verdugado y chapines hacen el traje femenino español: mujer estuchada. Hasta finales del reinado de Felipe III no se modifica el traje femenino, apenas incrementa su volumen, siempre repitiendo las mismas prendas. Esos volúmenes y los tocados permiten una datación precisa.  
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Cartón de pecho (papelones), tablilla o tablón (voces éstas encontradas en el diccionario de Covarrubias): no pueden ser ilustrados, problema que comparte casi toda la ropa interior de este siglo. Pero no cabe duda sobre su moda generalizada. Dice del cartón Quevedo: Dígote que nuestros sentidos están en ayunas de lo que es mujer y ahítos de lo que parecen. Si la besas te embarras los labios; si la abrazas, aprietas tablillas y abollas cartones, si la acuestas contigo, la mitad dejas debajo de la cama en los chapines” (El mundo por de dentro).
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El verdugado  consiste en una enagua con aros, ahora principalmente una prende interior. Cuando Francia lance su propia versión de esta infraestructura, empezará a hablarse de verdugado español (volumen cónico) y verdugado francés (volumen cilíndrico). 

Los chapines eran difíciles de llevar y es común en las obras teatrales del Siglo de Oro que las damas tropiecen con ellos para caer en brazos de los hombres. También servían como arma arrojadiza y así el diccionario de Covarrubias recoge la voz “chapinazo”. Fuera de España, solo se usaron en distintas localidades del norte de Italia, entre Milán y Venecia.
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Sánchez Coello, Isabel Clara Eugenia (Prado)
con saya de mangas de casaca,
propias de niñas y adolescentes.
En el traje corriente, seguramente incluso para las damas que viven en la corte, se compone de unas prendas que todavía usamos: una falda (basquiña) y un corpiño (cuerpo o jubón).  
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Las hijas de Felipe II con sayas de mangas redondas. El futuro Felipe III luce bohemio. Nueva York (Hispanic S.).
Caracca, Catalina Micaela, duquesa de Saboya
(Saluzzo, Casa Cavassa). Saya de mangas redondas.
Sánchez Coello, Isabel Clara Eugenia y Magdalena 
Ruiz (Prado). Saya de mangas en punta.
Las puntas atacan el delantero de la saya.
En el traje de corte, para representación institucional e inmortalizado en los retratos, la saya es la prenda fundamental. Fue durante siglos un vestido, pero ahora la conforman dos piezas, un cuerpo o jubón y una vasquiña (cuera y falda con cola las denomina el patronista Juan de Alcega). El elemento más variable de la saya lo encontramos en las mangas, que pueden ser de tres tipos: mangas de casaca (mangas perdidas), mangas redondas (mangas anchas y abiertas por una sangradura central para extraer el brazo, en vez de emplear el puño) y mangas en punta (éstas otorgan un aire majestuoso, pues generan la ilusión de que se está vistiendo un manto sobre la saya). Prendas de encima son las ropas.
Isabel Clara Eugenia (anónimo, Museos Reales
de Bruselas) con ropa de mangas redondas.
 Gorgueras en su máximo esplendor y dimensión.


Moroni, Caballero de rosa, Bérgamo (G. Moroni).
Cuera, jubón, calzas, cañones o calzones y medias.
TRAJE MASCULINO
Sobre la ropa interior (bragas y camisa) y las medias, la cadera se cubre con calzas, pantaloncitos cortos de nobles materiales, o con pantalones hasta debajo de la rodilla, llamados calzones (dichos también greguescos, gregüescos y valones). Alguna vez se ve a un caballero usando calzones estrechos bajo cortas calzas; solo en este caso se dice a los primeros cañones. Si se es hombre elegante y de posibles, el torso se pone tieso con un jubón fornido (con entretelas para conferirle el volumen deseado) y se cubre después --pues no se exhibe del jubón más que las mangas-- un chaleco (cuera o coleto), una chaqueta (ropilla) o ambas cosas.  

El bufón Perejón (anónimo, Prado) con ropilla negra
de mangas de casaca, cuera gris, jubón picado,
camisa, calzas folladas y medias.
La categoría se exhibe finalmente en las prendas de encima. La capa favorita de los españoles era medianamente larga y con capilla (capa), pero Felipe II y sus seguidores preferían la capa corta, a menudo con un cuello levantado (ferreruelo o herreruelo). El lujo se exhibe particularmente en las capas de forros valiosos, lince sobre todo, en los herreruelos de vueltas o solapas (bohemios) y en los chaquetones de mangas perdidas (tudescos).  
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Villandrando, infante Felipe y enano Soplillo (Prado).
El futuro Felipe IV viste bohemio sobre sus
calzas largas, moda ya de finales del
siglo XVI y principios del XVII.








El calzado más preciado eran los borceguís. Cuero fino, muy flexible, se ajusta estrechamente hileras de botones, a veces tan altas como medio muslo. Las gorras van creciendo en la copa. En el siglo XVII gustarán las monteras, pues así llamaban a los sombreros con alas.   
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En el traje de corte solo se retrata el pantalón más elegante: las calzas, y tanto es así que en el gremio de los sastres se reserva su confección a un especialista. Las calzas del siglo XVI son calzas ahuecadas (en su día, “calzas folladas”), cortadas como tiras abiertas y rellenas de tejido de color claro. Conforme avanzan las décadas se pierde la bragueta. Ya en los años noventa tendremos las calzas largas, que además de largas, como su nombre indica, son anchas y piramidales. 
Sánchez Coello, Don Carlos (Prado)
con bohemio forrado de lince.
Calzas folladas, cuera pespunteada. 

Sánchez Coello, Alejandro Farnesio (Prado) revestido con
tudesco de brocado y foro de lince sobre cuera a tono;
el jubón y las calzas repìten tejido y color, prendas acuchilladas.