He
tratado de construir un capítulo sobre la indumentaria árabe medieval y su
expansión, impulsada el Islam, desde la Península Arábiga hasta Al Ándalus en
occidente e Irán en oriente, es decir, en todos aquellos territorios dominados
por dinastías musulmanas. Pero es imposible hacer tal cosa; el arte del Islam
fue en aquel tiempo casi por completo anicónico: ni representan a sus ídolos
religiosos ni se representan a sí mismos. Apenas nos quedan algunas
descripciones y una asombrosa lista de términos vestimentarios. Lástima, porque
sabemos que fueron muy grandes en el apartado del tejido: la producción textil
de los tiraces andalusíes vestía a
los ricos castellanos y aragoneses.
Empero, este
capítulo está bien situado aquí junto a los otros que dedico a la edad media,
porque la indumentaria islámica tradicional en ningún caso presenta
características propias de una indumentaria moderna o contemporánea. Su prendas
fundamentales siempre son la túnica cerrada (camisa) o abierta (caftán), amplia
y alejada de la configuración anatómica; borrada, además, por escultóricos
mantos (almalafas, abayas).
BIBLIOGRAFÍA. Véase al final del documento.
Indumentaria y religión islámicas
1. El ejemplo del Profeta. Tampoco el vestido islámico se
sustrajo al ejemplo de Mahoma: él afirmó su preferencia por el color blanco,
impulsó la jerarquización por medio del atuendo, prohibió los tejidos de seda (salvo para las mujeres), vetó las
pieles suntuosas y reforzó el uso del velo entre las mujeres.
Si bien no existe en el Islam una
indumentaria clerical, tampoco podemos decir que haya vestimentas musulmanas
profanas. “Lo que determina el modo
musulmán de vestir es, en primer lugar, la sunah, el ejemplo del Profeta, y en
segundo término, la exigencia de que sea apto para los movimientos de las
plegarias”; Burckhardt explica de este modo las dos funciones principales
del traje “civil”, y añade: “Se sabe que
el Profeta nunca desdeñó llevar ropas de diferentes colores y lugares como para
demostrar que el Islam se habría de extender por muy distintos ambientes
étnicos; empero, prefería el color blanco y rechazaba los materiales
ostentosos, a la vez que insistía en que sus compañeros exteriorizaran su rango
dentro de la comunidad. El turbante se integró en la indumentaria musulmana
quizá porque lo usaban los beduinos árabes; esto es independiente de que el
Profeta dijera o no, “el turbante es la corona del Islam”. Por si acaso...”
(Burckhardt, 1988, pág. 82.) Este comportamiento ha encontrado
su plasmación en el vestuario islámico, al menos en parte. En el Egipto
mameluco, por ejemplo, la ley estableció que los mantos habían de ser blancos
para los musulmanes, azules para los cristianos, amarillos para los judíos y
rojos para los samaritanos (Ar-Raziq, 1973, pág. 237).
Sin embargo, los preceptos de sobriedad y en especial el veto a la seda no han
sido acatados, al menos por los poderosos (los pobres no cuentan porque no
pueden optar por los objetos de lujo): los caftanes del Topkapi Saray, por
ejemplo, se cuentan entre las más espléndidas obras elaboradas en seda y oro.
Ibn Yuzayy, experto en derecho del siglo XIV,
estableció en su Kitab al-Yami cinco
categorías legales para todos los actos humanos. Del vestido nos explica que lo
obligatorio es que oculte la desnudez, preserve del calor y el frío y proteja a
su portador en la guerra. Se prohíbe envolverse con el propio manto de tal
manera que ni una mano pueda sobresalir; se censura el lucirse con vestidos
pomposos, vestidos que confundan sobre el sexo de quien los viste y los trajes
de seda y oro para los hombres. Califica de aconsejable el vestir con decoro el
viernes (día santo en el Islam) y en las fiestas, amén del uso del manto en la
oración. Considera reprobables la indumentaria de apariencia no árabe y el
cubrirse la nariz durante la plegaria. Por fin, sobre el calzado nos exhorta a
comenzar por el pie derecho, al vestirnos, y por el pie izquierdo, al
desnudarnos. Por último, recomienda que nadie camine sobre un solo zapato ni se
detenga sobre él, que se calcen y se descalcen los dos al mismo tiempo (Véase
en Serrano, 1993, pág. 155).
2. El velo facial femenino. Si el traje ostenta la identidad
social del sujeto (los signos que nos comunican su papel social, su rango
público, su riqueza, etc.), desde luego es el rostro lo que nos proporciona la
identidad individual. De ésta no se privan los hombres. El Islam tapa la boca
de la mujer; la política argelina Leila Aslaoui también lo ve de esta manera: Sin velo, la mujer deviene realidad, molesta
porque se expresa (Varona, 1995).
—El velo sexista. El Corán
recomienda: “Oh, Profeta, di a tus
mujeres, a tus hijas y a las mujeres de los creyentes que se oculten en sus
velos; será el medio más seguro para mantenerse respetables” (Corán,
1998, XXXIII – 59). Pero el origen de esta costumbre, cuenta R. Boudjedra, hay
que buscarlo en un hadit del Profeta
donde éste aconseja a las mujeres cubrirse de cabeza a pies cuando se reza. En
los primeros años del Islam, esta exigencia, en efecto, se limitaba a las horas
de culto, pero más tarde los exégetas la transformaron en regla absoluta; así
lo explica el escritor arglino Rachid Boudjedra: “Los hombres de los siglos posteriores, habiendo olvidado el origen de
este uso, lo han aceptado de buen grado para ocultar los encantos de sus
mujeres y hermanas (Boudjedra, 1971, pág. 63). Defiende la misma postura
que John Carl Flügel, el gran psicólogo del vestido: “Las civilizaciones orientales que han mantenido a sus mujeres en el
retiro doméstico, lejos de todos los hombres excepto de sus maridos, han
ocultado también, en general muy eficazmente, las formas físicas de las mujeres
cuando salen de casa. De hecho, puede decirse que toda la teoría musulmana del
vestido de calle de las mujeres representa un intento -a veces
desesperadamente total- de impedir el despertar el deseo sexual en los hombres;
teoría que, por supuesto, está lógicamente en armonía con un sistema social que
acentúa el punto de vista de que todas las mujeres son propiedad de un hombre u
otro
(Flügel, 1968, pág. 78). Hemos de entender el velo principalmente como un
símbolo sexual, un sustituto artificial del himen orgánico; sabemos que las
mujeres musulmanas sólo se ocultan a lo largo de su vida sexual activa, es
decir, desde el matrimonio hasta la menopausia.
Velando cabello y rostro. Getty Images / Stockphoto |
En su libro sobre el Islam
medieval, Aly Mazahéri justifica esta costumbre revistiéndola de función
social. Al parecer, con anterioridad a Mahoma las mujeres ricas usaban el velo
para mantener la frescura del rostro y la blancura. Pero Mahoma quiso extender
esta costumbre entre todas las creyentes, consideradas por él igualmente nobles
por su fe en Alá (Mazahéry, 1951, pág. 161). ¡Menuda razón! ¿No contaban las
mujeres con otros elementos menos restrictivos para significar su rango social,
como la seda, los brocados, o elementos más económicos como algún que otro tipo
de galón o aplicación decorativa, o simplemente joyas?
En tiempos más recientes la
colonización europea, en tanto que colonización cultural de Occidente, ha
proporcionado nuevos argumentos a los nacionalistas para defender la
costumbre de velar a la mujer. Según M. Bradrán, el colonialismo francés fue
tan agresivo en Argelia que durante décadas el velo se vino sosteniendo como
signo de choque contra la importación cultural, mientras que en Egipto, la
lucha contra el velo ni siquiera figuraba entre las premisas del primer
feminismo debido a la colonización “suave” de los británicos (Badran, 1994,
pág. 23). Para los tradicionalistas más acérrimos el velo y la indumentaria tradicional
constituyen prendas nacionales. En 1952 los estudiantes egipcios demandaron al
gobierno el derecho a vestir el atuendo occidental combinado con el fez y se
les negó porque estaban traicionando
la esencia de su nacionalidad (Raccagni, 1983, pág. 85).
Las normas que en la actualidad
rigen el uso del velo difieren según los estados. En Argelia el velo no lo usan
las mujeres del campo, las intelectuales y numerosas estudiantes (Boudjedra,
1971, pág. 64). En Egipto, perdió vigor
en 1952, cuando dejó de ser imprescindible en la corte (Raccagni,
1983, pág. 186). Por su parte, el grueso
de las mujeres beduinas sólo se cubren ante sus familiares masculinos de mayor
edad, pero no ante vecinos ni parientes jóvenes, sugiriéndonos que el rostro no
se oculta para luchar contra el adulterio sino contra el incesto (Abu-Lughod,
1986: 162).
Desde que las mujeres luchan por
su emancipación económica parece que el futuro del velo es el destierro. Sólo
entonces dejarán de ser inferiores para el Corán, donde leemos: “Los hombres son superiores a las mujeres a
causa de las cualidades por medio de las cuales Dios ha elevado a éstos por
encima de aquéllas, y porque los hombres emplean sus bienes en dotar a las
mujeres” (Corán, IV – 85).
Albarracín nos da una versión similar tomada de la sura 33: “Los hombres son superiores a las mujeres:
por eso Dios los prefiere y ellos dan sus bienes a ellas... Aquellas que temáis
su desobediencia, regañarlas y prohibirlas compartir el lecho y golpearlas.
Pero aquellas que son sumisas no les busquéis querella” (1964, pág. 39).
—El velo apotropaico. Otra función
del velo puede ser o haber sido la de protegerse contra los espíritus malignos,
una función de la indumentaria que ha sido constatada en todas las
civilizaciones “primitivas” o “antiguas”. Un estudio del folklore libio apunta
en esta dirección: “quizás al principio
tuviera una razón protectora contra la arena, pero luego ha sido más importante
su función mágica (Panetta, 1977, pág. 31). Sólo en este caso, el velo se
constituye en artículo de vestir tanto para la mujer como para el hombre.
—Velo y pudor social. Si
una mujer se vela solamente ante sus parientes de mayor edad, nos sugiere que
en realidad intenta comunicar modestia o cortesía, igual que antiguamente los
caballeros retiraban sus sombreros en presencia de las damas. Cuenta Abu-Lughod
que las beduinas sólo se cubren ante sus superiores; nunca ante hombres que han
perdido su honor, ni ante aquellos que son más pobres o viles en la pirámide
social. Por la misma lógica, una mujer beduina orgullosa de sus virtudes lo
demostrará rechazando el velo (Abu-Lughod, 1986, pág. 63). El versículo 54 de la
sura Los Conjurados dice: “Vuestras esposas pueden descubrirse ante sus
padres, sus hijos, sus sobrinos, sus esposos, sus esclavas” (Cit. Albarracín,
1964, pág. 37). Nos hallamos ante un tipo de pudor social antiguo. El uso del
velo se conoce en Oriente desde el segundo milenio antes de Cristo que lo
impone a las mujeres libres casadas. Las mujeres romanas de la época
republicana también lo observaban religiosamente: en Roma, la diosa principal
de las mujeres era Pudicicia, la diosa velada. Sin embargo, estas mismas
mujeres no ocultaban su desnudez ante esclavos; ésta era tan inocua como ante
los animales. Sus maridos, acreedores del mismo recato, no debían mirar a una
matrona desnuda, pero podían contemplar sin rubor a sus esclavas y a las
danzarinas, esclavas o extranjeras, de los burdeles y los espectáculos.
TIPOLOGÍAS DINDUMENTARIAS
Homogeneidad. La vestimenta tradicional del Islam continúa siendo fundamentalmente como
creemos que se inauguró: suelta, drapeada, conseguida mediante prendas
que desdibujan la configuración de su portador. Tangente al sistema de la moda
y relativamente homogénea pese a la vasta expansión del Islam, los estudios locales
nos revelan tipologías indumentarias equivalentes en lugares tan apartados como
Siria y Marruecos, y también equivalentes en el tiempo, sin modificaciones
sustanciales a lo largo de catorce siglos de islamismo. Esta homogeneidad puede
deberse en parte a que las sucesivas dinastías islámicas, por su costumbre de
fundar nuevas capitales, atraían a los artesanos de la capital abandonada
(Wilson, 1991,
pág. 10). De este modo las técnicas y los estilos fueron viajando de una
zona a otra, porque los artesanos corrían detrás de las cortes recién
instauradas.
Abaya o bisht |
(Nota sobre la terminología. En
tanto que historiador, para referirme a los artículos de vestir voy a recurrir
principalmente a la descripción. Lo verdaderamente complejo es la nomenclatura,
por tres motivos: el árabe no comparte nuestras letras latinas; tratamos sobre
un territorio inmenso cuajado de lenguas y dialectos, y las transcripciones de
los estudiosos, basadas con frecuencia en la fonología de su país de origen,
multiplican los términos hasta el infinito. Por ejemplo, sobre la voz
“zaragüelles” podemos encontrar las trascripciones sarawil (plural de sirwal), charwal, salvar, seroual y sseroual,
dependiendo de la nacionalidad del estudioso y de la zona de que se ocupa. Siendo mi cometido la síntesis y en ningún caso el
agotamiento de todas las variantes filológicas y formales de cada objeto
indumentario, he decidido circunscribirme tanto como pueda a voces aceptadas
por la Real Academia Española.)
Beduinos, 1898, Egipto; él con abaya |
Bisht, zob y kufiya |
1. El traje beduino y arábigo. Los
principales artículos indumentarios islámicos vestidos en el pasado y en el
presente en la región originaria del islam son el abaya o bisht
y la kufiya. El artículo de vestir distintivo
de los hombres de Oriente Próximo, desde los beduinos nómadas hasta los jeques
del petrodólar, está formado por apenas tres piezas rectangulares: una para la
espalda y dos para los delanteros. Su decoración mediante franjas verticales
permite a las poblaciones identificar el origen o el grupo al que pertenece su
portador.
En la actualidad el pesado abaya
de los beduinos es sustituido en las ciudades por el liviano bisht,
de hechura equivalente, que los hombres visten sobre una túnica o camisa larga
y blanquísima (zob). El pañuelo de cabeza (kufiya), no muy lejano del que vestían los faraones egipcios, se
sujeta con una diadema (igaal). La kufiya de la resistencia
palestina es el goutra. Las mujeres ocultan sus ropas prêt-a-porter debajo de velos de cabello y rostro (chador) o bajo inmensos burca. Pero las que visten con menos restricciones también lucen el bisht.
Mujer con abaya de Oveila, una marca canadiense. Cuesta menos de 50 euros |
2. La indumentaria en los países del Magreb y Egipto. La antigua
provincia de África del imperio de los Césares experimentó una profunda
romanización. Podemos afirmar sin muchas posibilidades de error que las prendas
colgantes del Islam norteafricano tradicional, los jaiques, derivan de modelos
grecolatinos.
—La alcandora o camisa es una túnica cerrada con carácter de prenda
interior, equivalente a la túnica del mismo nombre empleada por los cristianos.
Se contabiliza en todos los siglos y países.
—El albornoz. Olvidemos un momento nuestros albornoces de felpa:
el burnus islámico al que nos
referimos consistía en una gran pieza de tejido hendida para ser vestida por la
cabeza; se aproxima tanto al patrón del poncho mexicano como al de la casulla
litúrgica y se distingue por su capucha. Puede derivar de la paenula romana o haber nacido como un
paludamento al que se ha dotado de capucha.
—El jaique o almalafa
llama nuestra atención por su espectacularidad. El gigantesco rectángulo de
tejido drapeado de innumerables formas, vestido y manto por antonomasia del
Islam norteafricano, nos recuerda a los mantos grecolatinos. Por sus
dimensiones, parece una toga enriquecida con nuevos procedimientos de drapeado;
destacamos cuatro:
1. El jaique enrollado primero
como una falda, de la cual después se toma el extremo sobrante para arrollarlo
al cuerpo. De manera similar se anudaba también el jaique de los egipcios si
hemos de creer la descripción de François Boucher: “Debido a un enrollamiento por un hombro, luego alrededor de la cintura
y finalmente por encima del otro hombro, da la impresión de ser un traje
compuesto de un faldón corto, de una túnica de mangas ensanchadas y de un manto
con vuelo” (Boucher, 1967, pág. 97).
Almalafa, según Besancenot |
Almalafa, según Besancenot |
3. El jaique enrollado
oblicuamente, cercano a la toga romana, masculino, y llamado a menudo ksa en los países del Magreb (Marçais,
1930, pág. 26) acaso equivalente al que vestía Mahoma de acuerdo con la
narración de Al-Yâfi: “cruzaba
sus hombros como una toga, o lo enrollaba a su cuerpo debajo de la cintura,
recogiéndolo en su parte delantera para que no arrastrase” (Pezzi,
1979, pág. 14).
Ksa, según Besancenot |
4. La battaniya norteafricana, casi un buñuelo de tela sin equivalentes
conocidos.
Almalafa tipo battaniya, según Besancenot |
—La chilaba, término árabe marroquí y
sahárico (gillâba) parece la fusión
de un caftán con un albornoz. Tomamos la descripción de Albarracín: “Prenda exterior usada por el hombre en
Marruecos. En el campo es corta y tejida de lana; en la ciudad, por el
contrario, es larga, hasta los pies, y la tela empleada es lana en invierno y
tejidos más ligeros en veranos (...) El uso del jaique ha quedado por su causa
desterrado prácticamente, porque la chilaba se adapta más a la vida moderna” (1964,
pág. 61). A día de hoy la chilaba la visten hombres y mujeres de toda
condición.
De frente no se la capucha. Señora con una chilaba de la marca Biyadina, 2018 |
—Los tirantes. Para recoger la amplitud de las mangas de los sucesivos
vestidos (camisa, caftán, almalafa)
se elaboraban con pasamanería e incluso joyas una especie de tirantes que
rodeaban el arranque del brazo. Últimamente han caído en desuso a causa del
estrechamiento de las mangas, aunque todavía se emplean como adornos. En
Marruecos se denominan thamel; en singular, tahmil.
—El caftán es una túnica abierta por el centro delantero. Con esta
estructura se conocen términos medievales usados en Castilla: aljuba, marlota.
El Museo del Ejército se Toledo presume de conservar la marlota de Boabdil. De
la hechura caftán procede la del gabán, y salta a la vista la similitud de las
vocablos. Hoy se denomina caftán al vestido de fiesta femenino, depositario de la
fantasía del diseño de moda. Las marroquíes se can con este vestido, al que
llaman también tachita.
—En los turbantes de los árabes hallamos acaso
la prenda de vestir de mayor trascendencia para el mundo no islámico.
Alcanzaron gran boga las tocas moriscas en los territorios de los Reyes
Católicos, donde recibían nombres como alharemes
y almaizares (véase Bernis, 1979, I,
págs. 56 a 58), y en la Florencia del Renacimiento se vestían a juego con
albornoces.
El bonete o tarbús llamado "fez" (Enciclopaedia Britanica) |
La taqiya o taqiyya, el tocado más simple |
3. La influencia sirio-persa y el traje otomano. La
influencia del arte clásico en la zona asiática fue menor que en la africana. Aunque
podamos encontrarnos con representaciones de palios y estolas plisados
provenientes de Roma, en ningún caso los elementos autóctonos de la
civilización parta lograron ser eliminados, a saber, el caftán, túnica abierta
de largas mangas perdidas, y el pantalón. La trascendencia de Oriente en el
Islam no hizo sino medrar a partir de la Turquía otomana.
Caftán del palacio Topkapy (Estambul) de tipo tabardo (merasim) |
Caftán del palacio Topkapy (Estambul) de tipo hilat |
—Caftán. Esta prenda no fue utilizada por los griegos, que odiaban a los persas y veían en el caftán su carné de identidad, ni hay noticias de que gustara a los romanos, contrarios siempre a cualquier prenda que incorporase mangas, aunque estaban acostumbrados a verla porque la exhibían los gobernadores de las ciudades que el imperio controlaba en Siria. La corte otomana creará un caftán particularmente espléndido después de la conquista de Constantinopla y lo utilizará como regalo de agradecimiento a sus fieles, distinción que el sultán les otorgaba mediante una ceremonia de investidura. Estas ropas de honor eran conocidas como hilats. Del llamado caftán merasim (vestido de ceremonia) colgaban dos mangas muy largas y no practicables que se unían en la espalda; esta prenda se superponía a otro caftán no menos lujoso de mangas hasta el codo. En sus hechura equivalen al tabardo y la garnacha (más tarde, loba) de la corte castellana de los siglos XIII a XV. En el siglo XVI las sayas de mangas perdidas como las que caracterizan a los caftanes otomanos serán dichas “sayas de mangas a lo cosaco”; con ellas fueron retratadas las hijas de Felipe II.
Aspecto de príncipe otomano según Vecellio. Tabardo o merasim superior con mangas perdidas v estido sobre un caftán o una marlota de manga corta (hilat). |
—Zaragüelles. Los registros más antiguos del pantalón corresponden a griegos y
romanos, quienes lo conocían por los persas y los extranjeros del norte. Es
probable que los pantalones anchos ganaran terreno en la Península Arábiga y
después en el Norte de África con el ascenso del Imperio otomano (Ross, 1981,
pág. 52). La noticia más antigua conocida remite al encierro de la sultana
Shadjar ad-Durr en una fosa apenas vestida con sus zaragüelles y una camisa en
el año 1255.
—Chalecos. Sospechamos su origen asiático porque la voz chaleco procede de la palabra francesa gilet, y ésta del turco ielék. Pero sobre todo porque vestiduras similares se conocen en todas las tribus nómadas antiguas de Asia, desde Mongolia hasta Anatolia.
Caftán del palacio Topkapy (Estambul) de tipo hilat. |
4. Complementos.
Calzados. Lo común en la civilizaciones antiguas era ir
descalzo, e incluso se solía transportar los zapatos en la mano para
resguardarlos del barro y la arena de los caminos. Con el abaratamiento del
calzado en tiempos muy recientes, la historiografía del Islam registra las
mismas tipologías de calzados que usamos los occidentales: sandalias,
mocasines, botas.
El
popular calzado de punta retorcida y a menudo sin talón (babuchas) se conoce en Persia desde muy antiguo; aparecen
representadas, por ejemplo, vistiendo a los Reyes Magos en los mosaicos
bizantinos de San Apolinar Nuevo (Rávena). El término “babucha”, según la Academia
(1984), procede del árabe babuy o babus, y éste del persa papus, “lo que cubre el pie”.
Maquillaje. El producto cosmético árabe más difundido es el kohol (antimonio) para ribetear los
ojos. Las manos se maquillan con henna
en las ocasiones de gala como las bodas, tanto en el norte de África como en
Siria (Zernickel, 1992, pág. 159).
Manos decoradas con henna. Wikipedia |
Las joyas. Los motivos cincelados sobre las
joyas acostumbran a ser geométricos, arabescos, y en menor medida aparecen
joyas zoomórficas, quiromórficas (“mano de Fátima”), etc. Los estilos son muy
parecidos en todo el Islam, ya sea africano o asiático. Una novia musulmana recuerda
un escaparate: diademas, arracadas, dijes, petos, brazaletes, tobilleras.
Todavía en regiones donde los hábitos sexistas permanecen arraigados las joyas
desempeñan tres funciones:
(1) Configurar la dote: “el pago de la dote hace lícitas las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer” (Gargouri-Sethoni, 1886, pág. 76). La virginidad cotiza y se paga en oro, por tanto la dote que cobra una viuda o una divorciada siempre es menor que la reservada a una doncella. (
2) La dote está contemplada en el
derecho musulmán como una riqueza de la mujer para sobrevivir cuando deja de
estar bajo la tutela de un padre o de un marido.
(3) Las joyas y los objetos de dote (atuendos de novia, fundamentalmente, bordados con oro) funcionan para la mujer como un bien monetario: guardan las joyas en un banco y las emplean para comprar la casa, pagar los estudios de un hijo o costear un hospital. Se trata de un capital reutilizable en todo momento, incluso como acciones. Se compran en un momento de depresión y se venden cuando están en alza, al final del verano, temporada de bodas (Ídem, pág. 78).
(1) Configurar la dote: “el pago de la dote hace lícitas las relaciones sexuales entre un hombre y una mujer” (Gargouri-Sethoni, 1886, pág. 76). La virginidad cotiza y se paga en oro, por tanto la dote que cobra una viuda o una divorciada siempre es menor que la reservada a una doncella. (
Novia en Marruecos (nationalclothing.org) |
(3) Las joyas y los objetos de dote (atuendos de novia, fundamentalmente, bordados con oro) funcionan para la mujer como un bien monetario: guardan las joyas en un banco y las emplean para comprar la casa, pagar los estudios de un hijo o costear un hospital. Se trata de un capital reutilizable en todo momento, incluso como acciones. Se compran en un momento de depresión y se venden cuando están en alza, al final del verano, temporada de bodas (Ídem, pág. 78).
Particularmente
originales nos resultan las joyas-monedas, características de casi todas las regiones
del Islam y que el Imperio otomano introdujo en numerosas regiones europeas
(Ídem, pág. 77).
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