Corsé largo de 1830, desarrollado en las caderas. Vemos también enaguas, camisolines y gorras. La Sylphide, 1949. |
Nos ocupa un traje invisible. Sería demasiado pedir que las revistas decimonónicas nos ilustraran a la mujer en paños menores. Y sin embargo, los datos confirman que aquellas mujeres acostumbraban a soterrar bajo sus ropajes el grueso de las telas que portaban. Además del corsé y la camisa, entonces una prenda de vestir englobada como artículo interior, bajo la falda una mujer ocultaba todo un repertorio de lencería. Reproducimos la enumeración del siempre divertido Max von Boehn (La Moda, 1925, VII):
Largos
pantalones con vuelos de encajes, enaguas de franela, un refajo de tres anas y
media de ancho (4, 20 metros), una falda acolchada hasta la altura de la
rodilla y desde ésta cruzada de ballenas distantes un palmo una de otra, unas
enaguas de hilo muy almidonadas con tres volantes muy almidonados también, dos
refajos de muselina y por último una falda.
Camisa o corpiño
de debajo, camiseta, almilla La camisa
de mujer se correspondía con lo que hoy llamaríamos blusa, dicha también
corpiño de debajo. Madame Celnart, autora de un famoso Manual de señoritas,
da instrucciones para su confección y hace hincapié en los frunces y pliegues
para ceñirla al cuerpo; su estructura ajustada, además de los adornos (galones,
caireles, volantitos de encaje) la diferenciaban de la camisa masculina.
Camisolín y mangas. Correo de la Moda, 1851. |
Almilla El término almilla se
reservaba de manera preferente para las camisas de dormir.
Calzoncillos y pantalones
a la turca Todavía
instruidos por Celnart podemos establecer dos tipos de calzoncillos: sencillos
y de peto. En ambos casos se componían de perneras y una cintura con sus
botones y ojales o, en su defecto, un pasador con una cinta o cordón para
abrochar con nudo. Frente al modelo llamado “sencillo” se empleaba otro mucho
más elegante o de peto, cuya cintura, esta vez notablemente más alta por delante
que por detrás, se emballenaba para garantizar la tiesura. Este modelo, asegura
Celnart, lo utilizaban con preferencia los hombres, dado que las mujeres ya
contaban con un corsé para adelgazar el talle. Los pantalones a la turca eran los bombachos que solían vestirse
bajo los trajes de baile: leemos en Correo de la Moda (1852):
El pantalón,
hasta hoy usado únicamente como pieza de abrigo, se ha introducido en los
trajes de baile, para los cuales se hacen elegantes pantalones a la turca cerrados
al tobillo con un brazalete de plata. Esta moda tiene por objeto proteger la
pierna contra las indiscreciones del vals y la polca.
Corsé. La Moda Elegante, 1865. |
De cualquiera
especie que sean los corsés, se componen siempre de dos pedazos cortados a lo
largo del hilo, llamados cuartos de atrás; de otros dos pedazos de la misma
longitud, pero tres o cuatro veces más anchos, llamados delanteros; de dos
tiras sesgadas por un sólo lado, que son los hombrillos; de dos anchas nesgas
por abajo, cortadas como las pequeñas nesgas de un vestido; y además unas
pequeñas nesgas para arriba; de un pedazo de forro para sostener las ballenas
de adelante a cada lado del acero. Ya hemos dicho que el número de nesgas varía
así como su forma.
Sistema
bien lógico: las piezas cortadas al hilo aprovechan la tirantez del corte recto
para dar tiesura al cilindro del corpiño, reforzado además con ballenas,
mientras que las nesgas confieren la elasticidad del bies para que el corsé se
adhiera con firmeza y presión a los costados del tronco femenino.
Corsé que vestía Isabel II cuando fue herida con un estilete en 1851, conservado en el Museo Arqueológico de Madrid. |
Al corsé
rígido de ballenas le surgió un competidor más confortable en 1833, el corsé
mecánico, apenas con unos cordones para ajustarlo a la espalda y tan fácil de
colocar que no precisaba el concurso de la criada. Según testimonian las revistas
fue invención de dos corseteras francesas, Madame Josselin y su hermana. El
Correo de las Damas (1833) relata el aterrizaje de semejante maravilla en
la Corte:
Sabemos que la
modista residente en esta Corte en la calle de la Montera, sobre el gabinete de
lectura, ha recibido de París con destino a la Señora de ... un corsé de nueva
invención que ofrece muchas ventajas para las bellas. Se afloja y se ajusta
este corsé por detrás por medio de un entretejido de cordones, que pasan por
pequeñísimas garruchas de metal; por la parte del pecho se cierra y abre por
medio de unos muelles que dependiendo todos de un resorte común proporcionan en
el momento su completo afloje. La misma persona que se lo pone, sin auxilio
ajeno y tirando de las dos puntas del cordón sobrantes, puede ceñírselo a
gusto. Se nos ha asegurado que no es el único que hay en Madrid.
La
evolución formal del corsé puede resumirse como un paulatino acortamiento de su
longitud. En los años treinta se fabricaban muy altos y molestaban en las
axilas, y al mismo tiempo tan bajos que cubrían la zona superior de las caderas.
Con la incorporación de los miriñaques y el ensanchamiento desmesurado de las
faldas, los corsés tuvieron que recortarse por ambas extremidades, perdiendo
las caderas y las sobaqueras. Se consiguió entonces el cuerpo femenino
característico del Segundo Imperio, de tronco muy pequeño y busto adelantado.
Evolución del miriñaque, redondo en el ruedo en los años 30 y plano por delante en los 60. Grabados de La Moda Elegante. |
Crinolina Enagua
rígida de crin y lino destinada a ahuecar la falda. El lino podía ser
sustituido por cualquier otro material, de modo que nos parece más correcto,
secundando a Max von Boehn, hablar de enaguas “crinolizadas” (La Moda, 1925, VII):
Se inventó
entonces la crinolización de las
telas, es decir, que la franela, la lana y la seda y el casimir estaban
tramados con crin de caballo de un modo tan invisible que las telas conservaban
su aspecto pero se mantenían rígidas y sin arrugas.
Moda breve
si efectivamente, tal como anuncia un breve del Semanario Pintoresco Español
en 1843, se abandonó. En efecto, durante los años siguientes y hasta 1846
aproximadamente, los figurines de moda que podemos encontrar en las revistas
representan faldas sin enaguas molduradas.
Caricatura que ilustra las dificultades de viajar con miriñaque. |
El miriñaque
del siglo XIX lo inventó Auguste Person: una ligera jaula acampanada; y debió
de ser él quien vendiera la patente a Tavernier, principal fabricante allende
los Pirineos. Enseguida brotaron especialistas en miriñaques, las miriñaqueras.
He encontrado un relato donde un miriñaque parlanchín nos explica los avatares
de su vida (La Mariposa, 1867):
El miriñaque de 1868 en La Moda Elegante. |
Nací en la muy
noble corte de Madrid en el año de gracia de 1863, y bautizado con el nombre de
Miriñaque de nesgas. Fui
concebido en una tienda de la calle de la Montera (...). Salí de la tienda en
piezas separadas y fui a parar a las delicadas manos de una modesta Miriñaquera.
2. Polisones (1870-1890)
Jubilación de la crinolina, nacimiento del polisón En 1867 la crinolina entendida como enagua cupuliforme ha pasado a vida icónica y durante el año 1868 la mujer se presenta con un perfil de triángulo isósceles. Sin embargo, la moda de las túnicas o sobrefaldas lleva a los diseñadores a experimentar con este vestido superpuesto y, como si se tratara de una cortina veneciana, empieza a arrebujarse en torno a las caderas. El efecto resultó tan atractivo a nuestras antepasadas que los lenceros idearon una nueva infraestructura para sostener las nuevas faldas obstinadas en negar la gravedad: surge el polisón o trasportín; este segundo nombre, menos popular, hemos de juzgarlo más feliz, porque efectivamente el artilugio cumple la función de transportar todo el sobrante de tejido que se desplaza hacia la grupa y que se denomina puf. El polisón obtuvo dos momentos de gloria: 1869-1875 y 1882-1889. Entre ambos se sitúa una fase de siete años que persiguió un ideal femenino de esbeltez tan exagerado que las mujeres se forraban con faldas casi estranguladas.
Drapeados asimétricos sobre la grupa. La Moda Elegante, 1875. |
Influencia del mobiliario, según François Boucher Destaca dos influencias en la forma del traje
de 1868-1890: la invención de los tintes de anilina, que proporcionan colores
más vivos; y la influencia del estilo recargado que imperaba en el mobiliario.
El término “tapicero” tiene que ver con la segunda influencia y desde luego las
faldas de polisón, recogidas y drapeadas, recuerdan vivamente a los espesos
cortinones del interiorismo coetáneo.
A
Un nombre absurdo: “estilo
tapicero”
Miserable época la del polisón: ni recibe
interés por parte de los estudiosos ni ha merecido un nombre que facilite el
consenso historiográfico. A menudo se habla de “estilo tapicero” por el consumo
de borlas y otros ornamentos comunes al mobiliario, pero no se aceptan ni el
término “Tapicerismo” –en paralelo a “Romanticismo”–, ni expresiones como “un
vestido tapicero” o “un tocado tapicero”. Si recurrimos a denominaciones
estilísticas de otras disciplinas del arte el problema se acrecienta:
resultaría ridículo hablar de faldas impresionistas, fraques naturalistas o
capas veristas. Tampoco resolvemos el problema importando acotaciones de la
historiografía política del tipo “Restauración”, pues aunque el público las escuche
sin fruncir el ceño, no se avienen de ningún modo a la evolución de la moda ni
del arte. Por fin, sería un embuste casi imperdonable hablar de traje alfonsino
para aludir a la indumentaria de este período, primero porque excede las fechas
del reinado de Alfonso XII, y segundo porque no tiene nada de español.